domingo, 23 de septiembre de 2012

Desde el comienzo

“Dios entonces le dijo su santo nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al respecto”.  JOSEFO.“Antigüedades Judías”, libro II, cap. XII, sec. 4.

 
          


           Tres Eones atrás,  El Demiurgo imprimía movimiento al universo a través de sus ideas perfectas, él no es creador. Es el impulsor del universo mismo.

Las ideas concebidas por El Demiurgo también contemplaban la posible existencia de cosas imperfectas que definió como materia. Él, en su infinita sabiduría de ser parte de la inteligencia perfecta o entidad divina y que conoce por derivación consecuencial todo el tiempo de lo ocurrido, más todo el tiempo de lo que ocurre, más todo el tiempo de lo que ocurrirá se compadeció de este concepto suyo: materia. Imprimió en ella parte de sus ideas obteniendo en consecuencia, los objetos universales que conforman nuestra realidad.

De la mano de YHWH logró la creación de la materia. YHWH es el creador. Perfeccionó esa idea perfecta al hacerla realidad. Logró explicar la separación existente en el mundo perfecto (alojado en las ideas de El Demiurgo) y el mundo real, que siendo imperfecto participa como copia de esa perfección.  --La existencia imperfecta de lo perfecto.--

La cumbre de esa creación fue el hombre. El hombre encierra dentro de sí lo máximo y plenipotenciario de las ideas de El Demiurgo y YHWH: únicas Deidades Universales Eeónicas.

De la mano de la infinita materia plasmada en el universo palpable, el hombre y La Tierra,  crearon los eónicos otro tipo de deidades: dioses de inferior jerarquía. Poderosos, pluriformes, inmortales de tiempo. Creados en principio para cuidar, (y regir con posterioridad), el tesoro guardado con recelo en el alma y corazón del hombre hasta que, llegado el momento, se transformara en el concepto originario: La concepción primaria de El Demiurgo.

Estas deidades, una vez creadas y siendo ellos mismos parte de la concepción originaria  de los eónicos que presentaban imperfecciones y envidiaron al hombre desde el primer momento... seres insignificantes, mortales, uniformes, perennes en la materia de la carne. Putrefactos al morir: imperfectos, y sin embargo, habían sido premiados con el poder máximo de El Todo.

Así comenzó la era de los hombres.

Desde sus primeros pasos, el hombre contó con el apoyo incondicional de sus dioses. Doce deidades regían el camino de los mortales. Estos tenían en su haber aquellos individuos nacidos bajo su influencia cósmica.

 Para poder llevar a cabo la función encomendada, cada una de las deidades   creó  un sistema jerárquico descendiente de seres mágicos. En realidad eran ejércitos divinos. La excusa era evitar “invasiones” de otros dioses  en otros universos. El objetivo real era tener fuerza disuasiva a los fines de evitar la destrucción entre ellos mismos. También crearon criaturas que influenciarían en decisiones humanas poniendo a prueba el temple, el coraje y la moral del hombre, demostrándole al consejo eónico que esa criatura no era merecedora de tan digno tesoro como ellos sí lo eran

  Caminaron juntos a los humanos en sus primeros tiempos. Poco a poco los iluminaron con las concepciones básicas del entorno terráqueo. Luego, por su cuenta, el hombre conceptualizó los mares y luego los cielos comprendiendo que su destino era escrito por los puntos titilantes del oscuro manto superior: el sol y las estrellas.

Oyendo a sus dioses y seducidos por sus consejos, los humanos emplearon la guerra. Cruentas batallas por ideales efímeros que se perderían con el tiempo. Dentro de estas batallas algunos hombres  se destacaron, destruyendo  las criaturas que los dioses habían creado con ese fin y fueron llamados Héroes como premio, ocupando un lugar en una historia que fue desechada.

De igual forma, esta casta de seres superiores, imperfectos, en su eterna envidia al regalo otorgado por la autoridad máxima, decidieron, (cada uno individual y simultáneamente), intentar obtener el tesoro oculto en el corazón de los hombres y basados en sus poderes comenzaron a influenciar de manera errónea en él. Esto no era oculto para YHWH quien todo lo veía. Con El Demiurgo a su lado procuró observar. Ambos sabían lo que ocurriría, pero cual seres perfectos llenos de esperanza, ansiaban que esas deidades rectificaran por su cuenta y desecharan sus pretensiones.

No fue así.

Las deidades menores fueron a la guerra. Una guerra cósmica que superaba la comprensión del pobre mortal y que influenció negativamente en  la  propia materia del ser humano. Pasaron millones de años y el hombre vivió en oscuridad.

Pero no solo hubo guerra entre ellos.

Algunas deidades menores amenazaron el reino absoluto de YHWH  y El Demiurgo. Suspirando y mirando compasivamente El Demiurgo  manifestó tristeza por lo que iba a ocurrir. A los fines de salvaguardar "El Todo" YHWH y El Demiurgo se fusionaron y siendo este último  el redondo perfecto de la idea fue quien se integrara a YHWH quedando éste como El Único y Supremo de todos.

Las deidades menores fueron cayendo asesinadas una a una. El poder infinito de YHWH traspasaba incluso la comprensión de estos seres que pecaron al querer para ellos el precioso regalo otorgado a la materia.

Millones de años después hubo de nuevo calma en el universo.

Ahora único y todopoderoso, YHWH  reordenaría El Todo. Conformó su Corte Celestial para comenzar el nuevo ciclo y darle curso a la era del hombre. Creó para sí Serafines y Querubines quienes estarían más cerca de Él. A las Dominaciones, Virtudes y Potestades para que vigilaran el Universo. Las Principalidades y Arcángeles serían, según su ministerio, los encargados de servirle directamente para cumplir misiones especiales. Por último, YHWH compasivo y conocedor asignó seres alados a cada uno de la especie humana. Serían denominados Ángeles de la Guarda o Custodios.

 Bajó a la tierra YHWH a constatar el estado del espíritu del hombre  y verificar si el regalo perfecto aun se mantenía en su corazón.

Se materializó en la tierra. Su forma era humana pero con el brillo de un millón de estrellas. A su derecha iban los Ángeles de la Misericordia. A su izquierda, los Ángeles de la Paz. Mientras con su mirada baja y frente a Él estaban los Ángeles del Castigo, con sus manos en la espada sosteniendo sus espadas de fuego esperando la orden.

Más atrás iban los Querubines resguardando la pertenencias e ideas de YHWH, cual edecanes que se encargaban de sus cosas, entre ellas el Árbol de la Vida.

En himno omnipresente y a cada paso de YHWH se escuchaban a los Serafines entonar el Trisagión y era oído en cada rincón de La Tierra.

Encontró entonces YHWH al hombre. Sin espíritu, sin vida. Duro como estatua. Miró a su alrededor buscando otras especies de la materia. El ser -perfecto – imperfecto -  que había creado, se retrotrajo hasta el punto de convertirse en simple imperfección. Pero en el corazón de la hoy estatua de piedra titilaba casi extinto el regalo dado en el inicio de los tiempos. Maldijo a las deidades menores destruidas. Su voz resonó en toda la tierra.

Ordenó a los Ángeles del Castigo retornar al cielo. –No hay ser a quien castigar- Dijo.

Con una mirada penetrante pero compasiva atrajo a los Querubines. Ellos le entregaron en su mano el Árbol de la Vida. Un Arcángel se apresuró abrir un hoyo en la tierra. Entonces YHWH colocó las raíces del Árbol en el suelo mortal ante la mirada atónita de los Querubines, quienes de ahora en adelante tendrían muy poco que custodiar.

Al tapar las raíces con tierra una explosión de colores subió al cielo. El Trisagión sonaba aún más poderoso y en cascadas millonarias los colores contagiaron todo lo materialmente visible: al piso verde, al mar y al cielo azul. Grises, marrones, rojos… en fin; toda una gama de colores impregnaron el mundo.

Sin embargo aún permanecían oscuros e inmóviles los primeros humanos. Olvidados y maltratados por las pretensiones de las deidades destruidas.

 Con un basculo en mano YHWH bajó su luminosidad y se colocó al lado de una de ellas. Una lágrima corrió por su mejilla. Un Ángel Custodio la tomó y posó el sagrado líquido en el corazón de aquella estatua negra e inerte.

Todos esperaban excepto YHWH (quien ya sabía lo que ocurriría). Él se fue a recorrer su creación mientras los demás miembros de la corte se mantenían inmóviles frente al humano. Súbitamente y para el susto de quienes lo observaban tosió de manera estruendosa volviendo a su cuerpo el suspiro del aire y de la vida.

Solo había utilizado una lágrima. Faltaban miles. Se acercó un Arcángel y le dijo: -Señor, ¿acaso dejarás sin vida al resto de los humanos?- YHWH contestó: -Hay que empezar todo de nuevo-. Sin esperar mucho tiempo tomó su basculo y golpeó con su extremo el suelo. Tronó el cielo y su bóveda se abrió para dejar salir millones de rayos o centellas que golpearon individualmente a cada uno de los seres inmóviles y una onda explosiva - sonora circunferencial- partió desde Él, transformando todas las estatuas oscuras en cenizas que fueron a parar a las orillas de los mares.

Comenzó la tarea de la corte. Cada uno empeñaba su función. YHWH se acercó al mortal y le dijo: -Eres el primero. Yo Soy el que Soy-. El hombre le sonreía mientras Él le posaba su mano en el costillar…

Lo demás es historia.

 

Kennet Koesling Durán

Febrero 2007- Diciembre 2008.